En casa de mis papás siempre abundaron los libros, no porque fueran asiduos lectores, más bien atesoraban libros sin una razón específica y estaban por todos lados. En una ocasión, cuando vivíamos en el Distrito Federal asistimos auna fería del libro y en el área para niños (yo ya era más bien una adolescente) mis hermanos y yo pudimos elegir algunos libros; entre ellos Matrioska de Dimiter Inkiow. Lo he leído infinidad de veces, además de ser muy corto, las ilustraciones son hermosas, lo leí de adolescente, de joven, lo reencontré ya casada y lo traje a mi casa, lo leí varias veces estando embarazada sólo por el gusto de las ilustraciones y porque a pesar de ser una historia para niños tiene un lado maternal detrás de las inocentes líneas. Lo transcribí para ustedes. He respetado líneas y párrafos tal como vienen en el libro, por eso ha quedado más largo que si lo hubiera hecho a renglón continuo.
Matrioska
Dimiter Inkiow
En la vieja Rusia
vivía un fabricante de muñecas.
Las hacía de madera.
Las pintaba de colores
y les ponía grandes ojos
y caras sonrientes.
Un poco pícaras.
Un poco gruesas.
Un poco alegres.
El fabricante acudía a la iglesia
todos los domingos.
Luego, iba al bosque
para buscar madera.
La quería vieja y fuerte.
Madera de las raíces
de árboles centenarios.
A veces,
buscaba durante horas
sin encontrar nada.
Un día frío de invierno
el maestro encontró
un trozo de madera estupendo.
Pesado, seco y muy viejo.
"¡Oh! -pensó-, de aquí
tallaré mi mejor muñeca."
Abrazó la madera
como si fuera un bebé
y la colocó sobre el trineo.
Luego,
se deslizó por la gruesa nieve
hasta su casa.
De aquella madera
el maestro talló una muñeca
realmente hermosa.
Era tan bella
que no quiso venderla.
La puso en la mesilla de noche,
junto a la cama,
y por las mañanas le preguntaba:
--Bueno,
querida muñeca Matrioska,
¿cómo te va?
Le había puesto Matrioska
porque se parecía a madrecita.
Los niños del pueblo
pronto conocieron a la muñeca.
Con las narices
pegadas a la ventana,
admiraban a la hermosa muñeca.
Aquello hacía reír al maestro
delante de su mesa de trabajo.
Se fijaba en sus curiosos rostros
y pintaba las caras
de las muñecas.
Al final,
las muñecas eran iguales
que los niños del pueblo.
Y los niños del pueblo,
iguales que las muñecas.
Así pasó mucho tiempo.
Todas las mañanas
el maestro preguntaba:
--Bueno,
querida muñeca Matrioska,
¿cómo te va?
Y la muñeca sonreía en silencio.
Pero una mañana
la muñeca contesto:
--No muy bien
-dijo en voz baja-.
¡Me gustaría tener un bebé!
El maestro se quedó
con la boca abierta.
Contempló a la muñeca,
pero ésta no dijo nada más.
"Ayer bebí demasiado vodka",
pensó.
Y corrió a la cocina
a hacerse un café.
En todo el día
no se atrevió a decir nada más.
De vez en cuando,
echaba una mirada a la muñeca
y se preguntaba:
"¿De verdad puede hablar?".
Pero tenía miedo de preguntarle
de nuevo.
Al día siguiente,
el maestro lo había olvidado todo.
Cuando se levantó,
le preguntó otra vez:
--Bueno,
querida muñeca Matrioska,
¿cómo te va?
--Mal -contestó la muñeca-.
Estoy muy sola.
Ya te lo dije ayer:
quiero tener un bebé.
El maestro se sentó,
muy derecho,
en su cama.
Aspiró hondo.
No quedaba ninguna duda.
La muñeca de madera podía hablar.
Para estar aún más seguro,
se pellizcó dos veces la nariz.
No estaba soñando.
Estaba muy despierto.
Hizo de tripas corazón
y preguntó:
--¿Qué has dicho?
--Quiero tener un bebé
-la muñecha repitió su deseo
y suspiró profundamente-.
¡Estoy tan sola...!
¿Qué debía hacer el maestro?
Nunca había tallado
un bebé para una muñeca.
--Bueno -dijo,
tras pensarlo brevemente-.
Lo intentaré.
--¡Gracias! -dijo la muñeca.
--De nada -contestó el maestro.
--Me gustaría una niña.
--Tendrás una niña.
El maestro fue al almacén.
Allí
encontró un trozo de madera.
Era de la misma madera
de la que había tallado
a Matrioska.
Lo llevó a su taller
y comenzó a trabajar.
Por la tarde
la pequeña muñeca estaba acabada.
Era igual que Matrioska.
Como si fueran madre e hija.
El maestro enseño la muñeca
a Matrioska
y le preguntó:
--Qué, ¿te gusta tu bebé?
Tú te llamas Matrioska;
a tu hija le pondré Trioska.
Le he quitado a tu nombre
la primera sílaba,
porque tu hija es más pequeña
que tú.
--¡Oh! -se alegró Matrioska-.
La encuentro preciosa
-y le dio un beso.
--¿Estás ya contenta?
--Sí, maestro.
Pero mi hija tiene que estar
en mi barriga.
--¿Cómo?
--Mi hija tiene que estar
en mi barriga.
--Pe... pe... pero no... no puede ser
-tartamudeó el maestro.
--¿Por qué no?
Es mi hija.
--Bien -dijo el maestro-.
Pero te dolerá.
--No importa -contestó la muñeca-.
Siempre duele un poco
ser mamá de verdad.
El maestro no sabía
qué hacer.
Finalmente
cogió su sierra
y cortó a Matrioska
en dos pedazos.
La vació totalmente.
Luego, metió a Trioska
y volvió a enroscar a Matrioska.
--¿Cómo te sientes ahora?
-preguntó el maestro.
--¡Oh, soy muy feliz!
-dijo Matrioska-.
Tengo a mi hija en la barriga
-y se rió con gusto.
A la mañana siguiente
el maestro volvió a preguntar:
--Bueno,
querida muñeca Matrioska,
¿cómo te va?
--¡Ay! -contestó Matrioska-.
Yo soy muy feliz.
Pero mi niña se ha movido
durante toda la noche.
Quizá necesite algo.
--Vamos a ver
-dijo el maestro.
Desenroscó a Matrioska
y cogió a su hija Trioska.
La miró por todos lados
y dijo:
--¡Mmmm! Todo está en orden.
Tiene manos, pies,
ojos, orejas.
Tiene una nariz
y una boca.
Tiene de todo.
Y muy bien hecho.
No sé qué puede faltarle.
--Me falta un bebé
-dijo de repente la pequeña muñeca
con voz fina.
Al maestro
sólo le faltaba aquello.
--¿Qué dices?
--Me falta un bebé.
Un bebé pequeñito.
--¡No!
--¡Sí!
El maestro no podía creerlo.
--No puede ser -dijo.
Y se pellizcó tres veces la nariz.
Sólo para comprobar
que no dormía.
--De verdad,
quiero tener un bebé
-volvió a oír la voz de Trioska.
--Pero... pero... pe... peeerooo...
-tartamudeó el maestro-.
¡Qué va a decir tu madre!
--Se alegrará
-contestó Trioska-.
Será abuela de mi hijo.
Le contara cuentos...
Por favor, por favor,
tállame un bebé.
Uno pequeñito.
¡Por favor, por favor!
¿Qué debía hacer el podre maestro?
Nunca hasta entonces
había hecho un bebé
para el bebé de una muñeca.
Pero
la pequeña Trioska insistía tanto,
que al final dijo:
--Bueno, si tanto lo deseas.
¿Quieres un niño o una niña?
--Una niña.
El maestro volvió al almacén.
Allí
encontró un trozo de madera
aún más pequeño.
Era un resto de la misma madera
con la que había hecho
a Matrioska y a Trioska.
Lo cogió
y empezó a trabajar.
Por la tarde
la nueva muñeca
estaba hecha.
Era igual que Matrioska
y su hija Trioska.
Se veía
que eran de la misma familia.
--¡Te llamarás Oska!
-dijo el maestro-.
Casi como tu madre.
Sólo que he quitado
la primera sílaba,
porque tú aún eres más pequeña.
¿Estás ya contenta?
-le dijo a Trioska.
--Sí
-contestó Trioska radiante-,
pero la niña tiene que estar
en mi barriga.
--No -balbuceó el maestro-.
¡Eso sí que no!
--¡Sí!
--¡Te dolerá!
--No importa.
Es mi hija
-dijo la muñeca-.
Siempre duele un poco
ser mamá de verdad.
El maestro suspiró
y cogió su sierra.
Cortó a Trioska en dos
y la vació.
Luego, metió a Oska dentro.
Y volvió a enroscar a Trioska.
Después, metió a Trioska
en Matrioska
y la enroscó.
Luego, preguntó:
--¿Estáis todas contentas?
--Sí -contestó Matrioska.
--¡Sííí! -se oyó la voz de Trioska
a través de la barriga de su madre.
--¡No! ¡No! ¡No!
-sonó la voz de Oska
a través de la barriga de Trioska-.
Yo también quiero tener un bebé.
¿Por qué yo no tengo ningún bebé
en mi barriga?
--¡No puede ser!
-fue lo único
que pudeo contestar el maestro.
--¿Por qué no?
¿Por qué no?
¡Yo también quiero tener un bebé!
--Peeero... perooo...
--¿Qué pero, qué pero?
¡Yo también quiero tener un bebé!
¿Qué debía hacer
el pobre fabricante de muñecas?
Jamás hasta entonces
había tallado un bebé
para el bebé
del bebé de una muñeca.
"A quien quiera que se lo cuente
-pensó-, no me creera."
Pero Oska insistió tanto
que no le quedó más remedio
que convertir su deseo en realidad.
Entre suspiros
desenroscó a todas la muñecas.
Luego, hizo un bebé
muy, muy pequeño.
Como un dedal.
Era igual que su madre Oska.
Como su abuela Trioska
y su bisabuela Matrioska.
Pero el maestro cogió un pincel
y le pintó un enorme bigote.
--Eres el hijo de Oska
-le dijo sonriendo-.
Y como aún quedan dos letras,
te llamarás Ka.
Eres un hombre.
No podrás tener ningún bebé
en tu barriga.
¿Me has entendido?
--¡Sííí!
-chilló el muñeco con placer-.
Soy un hombre.
--Exacto.
Por eso llevas bigote.
-Exacto.
--Mírate en el espejo,
para que veas tu bigote
y luego no vayas gritando
que quieres tener un bebé.
El maestro cogió al pequeño Ka
y lo mantuvo durante un rato
frente al espejo.
Luego,
vació la barriga de Oska
y metió a su hijo Ka dentro.
Introdujo a Oska en Trioska.
Y a Trioska en Matrioska.
Después, enroscó a Matrioska
y rió contento.
Desde entonces
la familia de muñecos vive feliz.
Unas semanas después de haber nacido Mateo saqué el libro de donde lo guardaba y me puse a leerlo por enésima vez, fue una experiencia totalmente distinta a las anteriores y descubrí nuevos significados. No voy a decir mucho más porque no quiero empañar lo que ustedes han podido encontrar en las historia.
He tomado el nombre de Matrioska para llamar así a la línea de cargadores de tela que yo hago y otras costuras más que pienso comercializar. Más adelante, cuando todo tenga más forma, compartiré con ustedes el proyecto.
Espero que les haya gustado este cuento, uno de mis favoritos y de los más significativos.
Sin duda uno de los libros mas significativos.
ResponderEliminarQué bonito!
ResponderEliminarGracias por compartirlo.
Muy bonito el cuento, yo no lo conocía. Si uno lee entre líneas..., en verdad se da cuenta de la importancia de tener un hijo. ¡Muy bello por lo demás!.
ResponderEliminarUn abrazo!
Adriana, ha sido una muy linda forma de comenzar mi mañana. En verdad es un cuento precioso, como dices, lleno de significados.
ResponderEliminarMi Manu conoce esos muñecos por unos dibujos animados "Héroes de la ciudad", pero en cuanto pueda compraré esas muñecas, leeremos el cuento con papá y haremos la representación.
En las ferias artesanales de acá las venden.
Buenos días.
Saludos!
Qué cuento tan precioso y a la vez sencilo y complejo!!!
ResponderEliminarGracias por compartirlo.
Mónica.
Hermoso! Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarHola Adriana,
ResponderEliminarencantada de conocer tu blog.
Un abrazo,
Rosa Elena.